VÍCTOR JARA, UNA VOZ DE PROTESTA QUE NUNCA CALLA
Sin lugar a dudas la música ha sido un medio de expresión y comunicación masiva a lo largo de la Historia. Los himnos nacionales, las canciones alegóricas a alguna institución o club deportivo son solamente algunos de los ejemplos que nos permiten medir el proceso tan importante que el canto y la música contribuyen al sentido de pertenencia o ideología de los Hombres y Mujeres. Muy específicamente para el caso de las luchas reivindicativas de la ideología de izquierda, el canto ha tenido una resonancia propagandística de notable espectro desde sus mismos inicios en los movimientos laboristas de la Inglaterra de inicios del siglo XX, la revolución rusa o, incluso, casi medio siglo después fue empleado por la revolución cubana. El presente artículo está destinado a hacer una pequeña reseña de un hombre de una excepcional sensibilidad social y artística que destacó como actor, profesor, director teatral y, por supuesto como un notable cantor, nos estamos refiriendo a Víctor Jara.
Víctor Lidio Jara Martínez nace el 28 de septiembre de 1932, el lugar exacto de su nacimiento es todavía motivo de discordia. Para algunos lo hizo en el poblado de San Ignacio, mientras que para otros fue en Quiriquina (sur de Chile). Desde muy pequeño fue estimulado en la sensibilidad artística por parte de su madre, la cual era amante de la música y en su casa siempre tenían una guitarra. Cuando Víctor tenía 12 años su familia se muda para la capital nacional, Santiago de Chile, pero antes de esto, desde muy pequeño, Víctor alternó sus estudios escolares con la pasión por la música y también tuvo que trabajar junto con sus padres y hermanos como campesinos.
Cuando Jara contaba con 15 años muere su madre tras lo cual su familia sufre una separación, circunstancia que hizo que el joven ingresara en un seminario con el objeto de encontrar el amor materno en Dios.
Su breve carrera sacerdotal duraría únicamente dos años, ya que transcurrido ese tiempo dejaría el seminario por falta de vocación, empero, este período le sirvió para profundizar sus estudios musicales. Al cerrar esa etapa de su vida cumplió el servicio militar.
Al cumplir el tiempo del servicio militar inicia su carrera artística ingresando en el coro de la Universidad de Chile, teniendo como primer gran montaje el Carmina burana. A los 24 años, en la misma casa de estudio comienza a instruirse en las artes escénicas en la Escuela de Teatro, donde se especializó en actuación y dirección teatral.
En 1957, Jara ingresa en la agrupación folclórica Cuncumén donde conoce a la cantautora Violeta Parra, la que le entusiasma en cultivar su carrera musical. Con esta agrupación, Víctor Jara graba sus primeras canciones. A la par de estos primeros pasos musicales, Jara también dirigió en 1959 su primera obra teatral. Entre 1959 y 1960, Jara tiene varias giras nacionales e internacionales tanto musicales como en su condición de director en las tablas.
En 1961 se inicia en el mundo de la composición musical mientras que florece aceleradamente su trayectoria como director de teatro. Aunado a estas evoluciones artísticas, Víctor Jara también alternaba con la investigación en el mundo de la recopilación musical folclórica chilena. Entre 1964 y 1967 también destacó como profesor de teatro en el instituto de Teatro de la Universidad de Chile.
En 1966 graba su primera producción musical en formato L P como solista. Desde este momento y en lo sucesivo, Víctor Jara uniría en un matrimonio pródigo los dos amores artísticos de su vida, la música y el teatro. En los últimos años de la década de los 60, Jara se dedica a cantar canciones en protestas hacia las masacres y actos de injusticia social, tanto en el sur del continente americano como a nivel mundial, ya que también participó en un acto mundial de músicos contrarios a la guerra de Vietnam. En estos años, Jara se convirtió en un referente del género musical de protesta y en el máximo exponente del estilo Nueva Música Chilena.
Con la llegada a la presidencia de la república de Salvador Allende, Víctor Jara es distinguido con la designación de embajador cultural. En esta época, ya en inicios de la década de los 70, Víctor Jara se convierte en un hombre más activo en la participación del Partido Comunista. Desde su vitrina cultural, Jara contribuyó de manera importante con la causa de la justicia social y el verdadero ideal de izquierda que se extendía por el continente americano envalentonado sin duda alguna por el éxito de la revolución cubana.
Con el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, en el que el general Augusto Pinochet derroca al presidente Salvador Allende, Víctor Jara es detenido en la Universidad junto con otros profesores y alumnos. Todos fueron trasladados al Estadio Chile, lugar que los militares golpistas destinaron para recluir a los que, en su concepto eran enemigos de la república.
En el Estadio Chile, Jara es cruelmente torturado recibiendo quemadas de cigarrillos, le fueron destrozados los dedos para que no volviera a tocar guitarra, le hicieron vivir simulacros de fusilamiento con el propósito de destruirle los nervios, hasta que, finalmente, el 16 de septiembre de 1973 es acribillado.
En la semana que, Jara estuvo de cautiverio, haciendo de tripas corazón compone su último poema, el cual está inmortalizado en una placa ubicado en el mismo estadio en el que fuera asesinado y que, en su honor fue denominado el Estadio Víctor Jara. El poema mencionado es el siguiente:
Somos cinco mil
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Es doloroso y una inmensa mácula para la naturaleza que los seres humanos somos los únicos que sistemáticamente atacamos y de manera sádica y perversa asesinamos a nuestros semejantes por el único delito de pensar distinto y de querer un mundo más justo. Víctor Jara fue uno de tantos seres que se les fue arrebatada la vida por las violentas dictaduras militares en el continente americano, pero, no puede borrarse el canto con sangre de un buen cantor después que ha silbado el aire los coros de su canción… las canciones de protesta no pertenecen a sus compositores, pertenecen a las miles de gargantas que las cantan… a los millones de corazones que se agitan cuando las escuchan y claman por justicia cuando ésta se les ha arrebatado.